Darío Verdugo fue uno de los locutores más populares de toda una época de la radiotelefonía chilena, en la que, como aún no había llegado la televisión, cuantos no podían ir a los estadios escuchaban los partidos por las radios, imaginándoselos, estimulados por las voces de los relatores, que se identificaban tanto por sus nombres como por sus expresiones características, en su caso: "¡goool...pe en el palo!".
Ser considerado el más popular en esos momentos (cuando ya no estaba en su apogeo) eran palabras mayores, puesto que su nombre competía con otros artistas del micrófono futbolero: Raúl Prado, Hernán Solis, Nicanor Molinari y Gustavo Aguirre, que la llevaban.
A Darío Verdugo le agradaba el relato a ras de césped. Le gustaba sentirse un jugador más. El encierro en la caseta del estadio era su mayor sufrimiento, por ser hombre de acción. Desde la cancha se daba el gusto, en los tiros de esquina, de acercarse al ejecutante y captar con el micrófono el sonido del disparo: ¡paf! Hizo una dupla genial con Sergio Silva, el locutor del humor fino. Cada uno transmitía casi detrás de cada arco, por lo tanto se repartían la mitad de la cancha para cada uno, como buenos hermanos de aventura.
La pasión por el relato y el fútbol le superaba. La pelota, por ejemplo, recién estaba traspasando lentamente la mitad de la cancha pero para Darío era sencillamente "¡ahí va el equipo con todo al ataque"! Y la verdad es que faltaban hartos metros para llegar al área.
Waldemar Christiansen, quien llevó a Verdugo a su primer trabajo en radio Cooperativa, contaba uno de los mayores secretos:
"Lo de goool...pe en el palo fue por un error de apreciación. Era un partido en el Santa Laura, pero no me acuerdo de quiénes jugaban. Darío estaba relatando y creyó que la pelota entraba, era gol seguro, y lo gritó, pero el balón golpeó en el poste y él tuvo que improvisar sobre la marcha con el verdadero destino del tiro".
La chispa y la creatividad pusieron en aprietos a Darío Verdugo al aparecer las radios portátiles en los estadios. Tuvo que moderar su inventiva porque el hincha comprobaba con sus propios ojos que Verdugo estaba haciendo gala de demasiada imaginación en algunas jugadas. Con sus virtudes y defectos, igual mantuvo el cariño y reconocimiento de todos los hinchas por décadas en nuestro país. Adoraba el puerto y especialmente el cerro Barón, donde su corazón palpitaba con extraordinaria fuerza.
Verdugo vivió sus últimos días en un hogar de ancianos, siempre pensando en volver al Puerto Montt que le vio nacer. El Alzheimer y Parkinson le acompañaron en los últimos momentos de su vida.